Recuerdo haberle escrito a la persona que quise por más tiempo, la carta más fuerte que jamás me pude imaginar. Puedo aún imaginar sus lágrimas de dolor, pero sinceras, puras, con motivos. En algun momento sentí pena, pero no dude haber dicho lo que tenía que decir y lo que él tenía que escuchar.
Fue simplemente como si me hubieran apagado los motores y de repente ya no había nada para mi, nada más que un mar de posibilidades, de lugares, de experiencias y cosas por vivir y entre esas cosas que tenía que pasar estuviste tú.
No me dueles, ni me doliste un instante, pero me das pena. Me da pena realmente el no saber que hacer ante todos los sentimientos que me atribuyes, vergüenza ante todas las palabras que pones en mi boca y los sueños en los que me haz dibujado. ¿No haz pensado alguna vez que deberías pararte en tierra firme y dejar de imaginar que alguna vez me viste a los ojos?
No recuerdo una sola vez en la que nos miraramos a los ojos; primero que todo porque no me interesaba, segundo porque sólo recuerdo oir a lo lejos historias de yo-yos tan irrelevantes como lo que pude yo llegar a sentir por tí.
No actues más, ponte frente a ti mismo. De alguna manera se que puedes.
miércoles, 23 de abril de 2008
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